Me enseñaron el color del amor / yo sé que es rojo. / Yo sé que el viento sur / trae el amor / y huele a rojo./ Me enseñaron el olor del amor / es sur y rojo. (A southern wind from Transylvania)

COMPAÑERO ROLANDO

Por Gustavo Esmoris


Me cuesta ¡cómo me cuesta! sentarme a escribir estas líneas. Se nos murió Rolando Faget, y me digo a mí mismo lo difícil y doloroso que va a ser llenar con palabras este infinito espacio en blanco, este vacío que nos tomó por asalto el alma. “Qué cosa es el pasado/ cómo surge adelante/ cómo el ayer no es hoy”, escribió alguna vez Rolando, y esos versos parecen hechos para este momento en que cuesta creer que nunca más lo cruzaremos caminando apurado por dieciocho, dispuesto a desviarse de su camino sólo para estar con los amigos un rato.

Sé que tengo que traducir en formales caracteres negros lo que siento, sé que se lo debo a Rolando y a muchos de sus amigos, pero las teclas se han quedado mudas. Sólo se me ocurre decir, en el tono que él hubiera querido escuchar, que se murió el más poético de todos los osos, con el mismo silencio y perfil bajo con el que vivió, al punto de que la noticia pasó totalmente inadvertida para la prensa uruguaya, más preocupada en la vida y obra de la guaranguería porteña, o en torcer elecciones con sus desinformativos, que de uno de los más grandes poetas uruguayos de los últimos treinta años. Pero hoy no voy a escribir de poesía, hoy el cronista no puede, como dijo, con las teclas y tendrá que sustituirlo el hombre. No hablaré entonces del poeta, porque aun cuando quisiera no podría hacerlo, y porque Rolando, además, era mucho más que un hombre que escribe. Rolando era simplemente Rolando, un militante de la vida, para definirlo tomando prestado un famoso verso de don Mario Benedetti.

Apasionado de la astrología y el tarot (con los que supo salir de algún apuro económico en su periplo barcelonés), incondicional cultor de Piazzolla y del tango en general, lector hasta la médula, el entrañable vate barbado, como lo llamó el poeta Héctor Rosales, era un tipo cuya bondad y amistad no tenían límites, una especie de Jesucristo criollo de imponente figura (que verdaderamente hacía pensar en un oso) y voz de trueno. Un náufrago absolutamente montevideano y solitario, cuyas islas salvadoras eran los hoteles céntricos en los que sobrevivía.

Lo conocí personalmente allá por el 92, cuando publiqué en Banda Oriental mi primer libro, y él, sin conocerme, aceptó prologar aquel poemario, que le había dado a leer nuestro común amigo el escritor salteño Miguel Motta. Tal vez ese fue el primer “sueño del pibe” que la literatura me cumplió, ya que Rolando era, desde mucho antes, uno de mis poetas más admirados, a quien había descubierto por recomendación de un ex preso político que solía leerlo en el penal de Libertad.

Hoy, Rolando Faget pasa a vivir en nuestra imaginación, y será un deber ineludible que siga caminando estas calles. Como dice la canción de No Te Va a Gustar: “hay algo que sigue vivo”. O como me escribía hoy mismo nuestro común amigo Héctor Rosales, desde Barcelona: “nunca te olvides, nunca, que Rolando está con nosotros”. Habrá que rolandear, entonces, cultivar ese verbo nuevo que Héctor nos regaló. Prometo que por lo menos, lo intentaré.

Certeza...
Hoy muestro esta bandera: certeza
y digo siempre
nada está muerto
nada muere si vivió de verdad
todo empieza mañana
la hoguera, las palabras, toda voz cierta y honda.

Somos lluvia y semilla, somos tierra
el sol traemos adentro
somos el puro fuego que no cesa


somos el agua, el aire
somos verdad y el viento no se esconde.

Somos buena semilla
germinamos de a muchos
somos honda raíz, no tenemos ocaso.
Nada muere si vivió de verdad
no hay muro y plomo, pobres piedras
que entierren ningún río o que escondan la selva.

Hoy muestro esta bandera: certeza
a dura noche, a puño levantado
a corazón arriba, a sangre fuerte
ya construimos el día, ya nacemos.

Rolando Faget.