Me enseñaron el color del amor / yo sé que es rojo. / Yo sé que el viento sur / trae el amor / y huele a rojo./ Me enseñaron el olor del amor / es sur y rojo. (A southern wind from Transylvania)

RECUERDO DE ROLANDO

Por Víctor H. Silveira


Salto, mayo de 2008

“La conocí a Marosa primeramente en su faceta de actriz, allá por 1962 o 1963”, me decía Rolando Faget, allí en un banco del patio, en noviembre de 1994, cuando yo estaba por presentar “El Cochero de Arjuna.” Y me contó que también había conocido a Nydia Arenas, y a su esposo Bernardo, apodado “Varón”, apelativo por el cual todos le conocían. Agregó que a veces se reunían en la Confitería Oriental, en largas tertulias, finalizados los ensayos del “Conjunto Decir”.

Y algunos de los títulos que ensayaban y estrenaban por esos años: “Oh, Caroline!” de Somerseth Maugham, donde Marosa interpretaba un personaje llamado Maude. También recuerda que hicieron “Feliz Viaje” de Thornton Wilder, y que la vio un domingo de agosto del año 1963. Allí Nydia Arenas hacía el personaje de la Madre, y esta obra la hicieron como inauguración del Teatro al aire libre, lo cual tuvo lugar en el Museo Histórico.

También recuerdo me contó que alcanzó a ver un ensayo en plena calle del “Conjunto Decir”. Era una obra de Gabriel Marcel, “El Mundo Quebrado”, pero no pudo ver el estreno, porque fue un fin de semana en el cual debió viajar a Montevideo.

Le señalé, ese día de noviembre de l994, la pieza donde había vivido Nydia Arenas: arriba, la que tenía el número 20. Ella había muerto hacía dos escasos años, en circunstancias oscuras y trágicas. Melpómene, la diosa de la tragedia griega, la había convocado en el reparto para su último acto.

Hablamos de la fugacidad de todo lo humano, de la brevedad de los días de los mortales sobre esta tierra. Y, que como decía en Eclesiastés, “todo es vanidad de vanidades.” Con su voz grave y varonil, me leyó este poema de un libro que había presentado acá en Salto, en mayo de 1994, llamado “Un sol otras mañanas.”

Es el poema que identificó con el número III. Alude a la muerte.

Lo transcribo, tal cual está en la copia que me obsequió:



Podría nombrar los muertos uno a uno

Debería sobre todo referirme a los vivos

A los que anuncian que el día será el día

Que la luz es la luz, irrefutable.



Compartíamos, supongo, ciertas indecisiones,

Nos aburrían los sábados

Pero yo estoy aquí y ellos delante

Proclamando tercamente los soles torrenciales

Afirmando de noche incontenible aurora.



Porque algunos murieron y otros no

Puedo nombrar su sangre, reflexionar sus huesos

Y acordarme de dos, tres pobres libros

Que leí en estos días.



Son iguales a mí de arriba abajo

Pero están adelante.