Me enseñaron el color del amor / yo sé que es rojo. / Yo sé que el viento sur / trae el amor / y huele a rojo./ Me enseñaron el olor del amor / es sur y rojo. (A southern wind from Transylvania)

NOTICIA SOBRE ROLANDO

Por Miguel Motta



El próximo sábado 5 de noviembre serán esparcidas en Salto las cenizas del poeta Rolando Faget Llovet, fallecido en el 2009. A las dieciocho horas del mismo se celebrará una misa recordatoria en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, a la que asistirán familiares y amigos de Salto y Montevideo.

Rolando Faget se destacó como poeta, periodista y promotor de la cultura, especialmente de la vida cultural salteña. Su vínculo inicial con esta tierra fue a través de la poesía de Marosa di Giorgio cuya lectura le produjo un verdadero deslumbramiento. Viajó a Salto a conocer a la autora de Los papeles salvajes y desde entonces quedó cautivo de la calidez de la gente y de los atardeceres sobre el río.

A fines de la década del setenta se estableció aquí y comenzó un programa radial. Su voz potente con un dejo tanguero fue cautivando a los oyentes, sobre todo a los jóvenes quienes percibían en sus mensajes las claves de la resistencia a la dictadura. Difundió la poesía, el canto popular uruguayo que en esa época era una cuña de luz en las tinieblas, el teatro, la narrativa nacional, el tango, género por el que tenía una gran pasión. Al mismo tiempo fue tendiendo puentes hacia los creadores, hacia los jóvenes, hacia los excluidos y los débiles. Todo lo hizo con maestría y humildad, sin grandes definiciones, con la fuerza del corazón desnudo como única bandera.

Rolando Faget fue un cristiano puro, auténtico, vertical. Fiel a la filosofía de Cristo, vivió ligero de equipaje y sin llaves. Más de una vez lo fui a despedir al aeropuerto, cuando viajaba invitado por familiares y amigos, y todo lo que llevaba cabía en un pequeño bolso de mano. Después recibía sus postales coloridas que ahora aparecen de los cajones y entre los libros.

Su figura sosegada, su andar desalineado, la larga barba que lo años volvieron blanca, la bufanda roja con que enfrentaba los inviernos, componían una estampa singularísima que parecía necesitada de amparo. Sin embargo, era él quien prodigaba ayuda y protección con una valentía y una generosidad extraordinarias. No fui el único de los amigos que tuvo que discutir para que aguantara algún mango en el bolsillo cuando se acercaban a pedirle quienes ya lo conocían de la parada del ómnibus.

Cierta vez, por desavenencias laborales, un alcahuete de la dictadura lo amenazó (un periodista fue testigo de eso) con matarlo “si volvía a pisar Salto”. En esa época, Rolando Faget había regresado a Montevideo al ser despedido de la radio. Sin ninguna ostentación, en el silencio que lo caracterizó, vino a Salto cuando las circunstancias lo reclamaron y presentó un libro de acuerdo con la invitación que le habían hecho. Al igual que otras veces, recorrió la calle Uruguay con sus mocasines aplanados, las manos entrelazadas a la espalda mirando los edificios que tanto apreciaba. Tiempo después recordó el episodio de la amenaza en el mismo tono con que se cuenta una película que se quiere olvidar.

La poesía y la muerte

Nunca trabajó el cincel del verso para construir su estatua, porque sabía que todas las estatuas nacen del miedo y su único miedo fue a lo diabólico, y lo combatió con la oración y la vida ceñida a la doctrina de Cristo. Creyó que la poesía era como los ríos que parecen varios, de distintos nombre y color, pero son una sola agua asomando aquí y allá siempre dulce, generosa y sin dueños. Por eso abordaba con respeto y entusiasmo los textos de los jóvenes que habitualmente le pedían opinión.

Escribió poemas magníficos, vibrantes, a los ríos, a las plantas, a los gatos, a las mujeres que amó. Escribió un poema rotundo a Zelmar Michelini, jugándose entero frente a los chacales, llamado “Porque tu sangre aterra”. Este poema es una lámpara encendida, un grito de dolor y rebeldía que seguirá oyéndose en la poesía uruguaya. (“Porque tu sangre aterra/ sigue amando/ bautiza cada aurora/ desnuda a los culpables”)

Creía que la muerte no era más que una puerta y escribía cartas a los muertos, luego las dejaba al pie de las tumbas o las enviaba por correo a las iglesias. Le escribió a Salvador Allende (yo dejé su carta en la tumba del presidente en el cementerio de Santiago de Chile en diciembre de 1999), a Antonio Machado, al Padre Pío, a la Virgen del Pilar, al Apóstol Santiago, a Pablo Neruda.

Quería “desenterrar abuelos”, tal vez porque ya había visto todo lo que se puede ver y todo lo que está por detrás de lo que se ve. Fue despojado más que generoso, “un adolescente de barba blanca”, lo definió alguien muy cercano.

La ciudad y el parque

Rolando Faget amaba esta ciudad. Recordaba con detalles la hora en que la luz se volvía dorada sobre río, la penumbra verde del Parque Solari, “un parque melancólico”, donde anduvo buscando las huellas de Jorge Luis Borges. Recordaba zaguanes, rejas, el estallido del sol a la hora del crepúsculo.

Cuando hablaba con fervor de Salto yo solía jugarle chanzas diciéndole que, a pesar de su afecto por la ciudad, no podía considerarse salteño porque no había nacido aquí.

Su réplica era siempre la misma risa con algo de picardía, quizá porque sabía que un sábado de noviembre sus diez sobrinos, a quienes tanto amó, su hermano José, quien reside en Barcelona, su hermana Liliana, y algunos amigos vendrían en comitiva a Salto para dejarlo definitivamente aquí, donde dijo haber sido feliz.

Bienvenido entonces por siempre a Salto, poeta de la retama, de “la río”, de la luz y el agua; bienvenido para siempre entrañable hermano. Jesucristico...

Publicado en el diario “Cambio” de Salto el 1/11/11.